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ISSN 1989-4163

NUMERO 86 - OCTUBRE 2017

Los Falsos Amigos o Didáctica Desintegrada de las Lenguas

Luis Arturo Hernández

                                          
                               (Apendicitis de “Los tres dedos maestros”)  
                                                  
                                                                                             Pa Tato & Patato

   “Entiende bien mis dichos y medita su esencia
no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia,
cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.”
         Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Libro de Buen amor

—“Son las más fuertes cabezas de la capital —repuso el director—; ninguno de ellos tiene un solo pensamiento propio; y si lo tuviese, ya me encargaría yo de echar al pensamiento o al pensador. Esos maestros son perfectos alumnos y enseñan lo que aprendieron; no, no, no queda en ellos ningún pensamiento propio.
   —Cucu, cuculato —dijo Pimko—, veo que dejo a mi Pepe en buenas manos. Sólo un verdadero maestro sabrá inyectar a sus alumnos esa agradable inmadurez, esa simpática indolencia e ineficacia frente a la vida, que han de caracterizar a la nación, que será así un buen campo de actuación para nosotros, verdaderos pedagogos, Dei gratia. Sólo con un personal bien adiestrado lograremos infantilizar a todo el mundo.”
         Witold Gombrowicz, Ferdydurke [p. 43]

    «En cuanto lo llamé “cucaracha”, me sentí aliviado. He comprendido que si consigo llamar a alguien  por su nombre preciso, enseguida noto alivio.”
         Yordán Radíchkov, Abecedario de pólvora [p. 221]

               LAS TRES MARÍAS o MATAR TRES PÁJAROS DE UN TIRO
                                    (Basado en hechos reales)

   —“Te lo has inventado todo —concluí.
   —Te lo juro por mis muertos…
   —Venga, jura. Sin cruzar los dedos. Enséñame las manos.
   —Ni hablar. —era supersticioso, el Yeyé.
   —Es mentira.”
                              Francisco Casavella, El día del Watusi [Barcelona, Anagrama, 2016, p. 107]

   «Mucha gente está dispuesta a admitir que no comprende la pintura o la música, pero pocos de los que han ido a la escuela y aprendido a leer avisos admitirán que no saben su idioma. Como dijo Karl Kraus: “el público no comprende Alemán, y yo eso no se lo puedo decir en Periodiqués.»
                           W. H. AUDEN, “Escribir” [en La mano del teñidor, Barcelona, Barral, 1974, p. 21]

   “Para cuando llegué al ministerio estaba curado de espantos. Sabía que aquí —si hacía el imbécil y cometía el error de creerme alguien importante, o, en el polo opuesto, presentarme como la última novedad en cuestión de idiotas— no dejaría de correr peligro.” 
      Juan Tallón, El váter de Onetti [Barcelona, Edhasa, 2013, p. 81]

   Ocurrió en el lejano reino de España, en el tiempo del estado de las autonomías, que en un virreinato autónomo con “lengua propia” el Departamento de Educación carecía de profesorado para impartir la lengua común, pues se había dado prioridad funcionarial a la lengua autóctona y a la lengua internacional, y usar la lengua común, románica y vulgar, era un vulgaridad que cualquiera conocía por el simple hecho de ser españoly estaba de hecho en desuso —hasta se había suprimido su licenciatura en la Universidad de aquel Virreinato—, por lo que pidieron a la Metrópoli que se evaluara la capacidad del  profesorado de lengua autóctona e internacional para impartir la lengua del Estado.
  Respondieron de la Villa y Corte que no los estimaban capacitados para la reflexión lingüística porque no eran especialistas y su formación era de profesores de idioma y que, aunque estuvieran titulados en Filología, les faltaba actualización en lengua común.
Pero entendían que para dar “las tres marías” —perdón, las instrumentales (aunque una de ellas fuera la vehicular del conocimiento)— era más económico para el Gobierno un profesorado de lengua internacional, con titulación en lengua autóctona y hablante natural de la lengua común cursada en la escolarización: mataban tres pájaros de un tiro. 
Y de la Metrópoli tendieron la mano cediendo de su parte, como en toda negociación que se precie —que consistía, por entonces, en quitarle al que la tiene la mitad de la razón para dársela al que no la tiene y así poder empezar a negociar, y dársela entera—, abriendo cauces a la argumentación para no dinamitar todos los puentes. Y así propusieron al virreinato un debate con un catedrático transferido de la quintañona Metrópoli al neonato virreinato que permitiera evaluar si disponían de tal capacitación.
Esta respuesta, de intención disuasoria, pretendía desalentarlos y que renunciaran a ello.

                           NOMBRAMIENTO DIGITAL o A DEDO

      “Yo coleccionaba gestos. Llegaban a ser poderosos. Estaban pensados, como los poemas de Mallarmé, para iluminar, para refrescar y para explotar. En la expresión que despedían determinadas maniobras metafóricas cabían, a veces, todos los diccionarios y todas las enciclopedias. Un gesto, un gesto representativo, evitaría muchas páginas de libros, muchas líneas de periódico, infinitos discursos, horas de hablar y hablar inútilmente.”
                     Juan Tallón, El váter de Onetti, [p. 201

      “Está visto que el rosarino padecía de la incurable mezquindad de los maestros o de los que se creen maestros: no toleraba la eventual lección de un lego sin añadir,/ para salvar las apariencias, una objeción de detalle.”
         Adolfo Bioy Casares, «”Ad porcos”» [en Historias de amor, Madrid, Anagrama, 2012, pp. 203-204]

   “[…] altivo gesto del mentón para una negativa indignada y valiente; quizá el pulgar y el índice cruzados viajando hasta la boca, el beso y un reiterado juramento por sus difuntos.”
                     Francisco Casavella, El día del Watusi [p. 93]

   Sin embargo los mandamases del virreinato aceptaron el envite y confirmaron el debate firmando —después de tanta educación obligatoria—  digitalmente, o con el dedo, y, como sólo hablaban la lengua autóctona y el catedrático, de formación clásica, ignoraba la internacional —la lengua (y la otra)—, lo harían digitalmente, o por señas.
   Fijada la fecha de la convocatoria, la asamblea de profesores de los sindicatos de Comunicación —vulgo idiomas, a diferencia de la lengua común a la que ¿por atavismo? se seguía denominando “lenguaje”— con el asesoramiento del Gobierno, decidió votar la elección del cándido candidato que plantase cara al catedrático de Lengua y Literatura Comunes del Estado en todo aquello que para ellos sonaba a chino: a saber, la lingüística aplicada, el dichoso “comentario de texto” y la “puta Literatura”.
    Y puesto que el tema propuesto por el Tribunal del Santo Oficio del Estado era «Programación de la “Disputa entre los griegos y los romanos” con el objetivo de desarrollar la destreza —y zurdera, respectivamente, en el caso de la minoría discriminada, satanizada en virtud de su divergente capacidad de manipulación siniestra— de interacción en los diversos códigos de signos del alumnado en su entorno social sobre un tema transversal de carácter interdisciplinar como la transmisión de la cultura», eligieron de forma reivindicativa al último interino de las listas de acceso chusquero a la docencia de Lengua común, un maestro con el curso puente (aéreo) a filología de la lengua internacional comercial básica —pack low cost: dos carreras al precio de una—, y sin más currículum que la afinidad de su especialidad en lengua internacional y los papeles de lengua autóctona en regla, a fin de que, como no sabía ni quería saber nada de la literatura clásica —ni de la otra—, ni española ni extranjera —porque eso no está entre los intereses del alumnado y “no se da”—, ni el comentario de textos literarios debiera ir más allá del resumen para saber si lo han leído y un test de respuesta múltiple sobre títulos y autores de culturilla general básica —del test al testo y al revés, frente a la textocracia del maniático Maestro de Filología estatal, obseso del texto y el contexto y todas esas zarandajas— y, menos aún, ante un texto como ése, que es —incluso en la traducción del castellano al español de María Brey en Castalia: “Ella vierta añejo vino en odres nuevos”—, por lo menos de nivel universitario, “como Dios quisiera, señales con la mano/ hiciese en la disputa y fue consejo sano”.
   Se le prometió un contrato de estabilidad vitalicia y permanencia en el centro que eligiese a cambio de que defendiese el debate por esa competencia lingüística pendiente.
   Lo ataviaron con todas las puñetas y puntillas puntillosas de la Reforma y las ínfulas de todos los currículos autonómico-virreinales habidos y por haber y lo lanzaron al cuadrilátero en cuya esquina contraria sentaría cátedra el cátedro casposo del Plan Antiguo.

    AQUÍ VA A HABER ALGO MÁS QUE PALABRAS o ALLÍ FUE TROYA

      —«Y ahora el otro dirá —imitó una voz de tarugo—: “joder, pues no es eso lo que me han dicho.” Y entonces el listo se hará aún más el listo y se pondrá a decir —ahora le tocó el turno a una voz engolada que no le salía nada mal—: “Nada de eso. Tú sabes quiénes son. Ellos saben quién eres. Nada. Aquí, ver, oír y callar.»
                    Francisco Casavella, El día del Watusi [p. 99]

        “Sr. Piñeiro.—No, él trabaja al gesto.”
                    Fernando Fernán Gómez, El mundo alrededor (1959)

      «Una mano nerviosa escondía pulgar, anular y corazón y buscaba madera con índice y meñique, susurraba “¡Lagarto! ¡Lagarto!” […]»
                           Francisco Casavella, El día del Watusi, [p. 98]

   Acudió en efecto el catedrático en semiología con su brillante currículum de acceso a la carrera docente —por oposiciones libres— en la flor de la edad y la resma de sus publicaciones didácticas, científicas y un pelín literarias, amén del cajón de méritos administrativos, reconocido como una autoridad en la materia por toda la Asignatura.
   Abrió el turno de intervenciones por antigüedad, dignidad y gobierno, el sabihondo Viejo Profesor, y con suma prepotencia y la pedante prosopopeya de un Carablanca de circo que supone en su interlocutor el resentimiento del complejo de inferioridad, frente al Augusto o payaso tontaina, que presupone en su interlocutor la autosuficiencia del complejo de superioridad, levantó el dedo de la Deixis —o capacidad señaladora del lenguaje; vale decir el dedo índice—  apuntando al “último de la fila” y, ensimismado e investido de sus conocimientos, se sentó.
   Se levantó el patán, malencarado, como nacido bajo el signo de Aries dispuesto a su embestidura —¿“de cada diez cabezas en España, nueve embisten y una piensa”?— y mostró insolente extendidos el pulgar, el índice y el corazón, y se sentó muy digno.
   Le contraRreplicó el déspota ilustrado reformador culto y requetesabio especialisto con mando en plaza en propiedad, dando con la mano abierta un palmetazo al aire, con la pose de quien vuelve a sumirse en las más bizantinas cavilaciones metalingüísticas.
   El palurdo ignaro, necio novicio y lego resabiado, tozudo y pardillo retrógrado tradicional, se levantó  impulsivo del rincón, pugnaz, tenaz, contumaz, pertinaz, recalcitrante,  y remató su contraargumentación, desafiante, ofensivo, amenazante, con ademanes de pendenciero tabernario y matasiete barriobajero, andando a zancadas, mostrando el puño prieto, como haciendo la puñeta, al igual que un boxeador sonado.
   Dictaminó el catedrático, que peroraba como si estuviera escuchándose a sí mismo, que el profesorado de lengua internacional y/o vernácula —y progresivamente,  vernacular, vale decir “vehicular”— era apto para impartir lengua común del Estado.
   Abandonaron “el escenario de la negociación al que habían trasladado sus distintas percepciones, sus diversas sensibilidades sobre la didáctica integrada de las lenguas, nunca mediante la confrontación violenta, sino gracias a un diálogo enriquecedor” y todo el colectivo de cipayos neocolonialistas y aborígenes minorizado-expansionistas fue a celebrarlo con un pintxopote popular con versolarismo en la lengua internacional.
   “Preguntaron al sabelotodo Omnisciente qué fue lo discutido/ y lo que aquel interino [monigote sustituto y chico de los recados: aprendiz de todo, maestro de nada] le había respondido” —reza el texto profano—: “Dije que cada hablante tiene una lengua natural que debe ser la natural en el proceso de enseñanza-aprendizaje y el chusquero, muy competente y con un buen argumentario, dijo que en un sistema trilingüe el profesorado debe ser “tres en uno”, uno y trino —del ustedeo al tu(i)teo— pentecostal, dado que el dominio de lengua común se adquiere per se, por ósmosis del entorno sociolingüístico, y por eso han de implementarse la autóctona minorizada y la internacional mayorizada.
   Yo: que el currículum autonómico está sometido a la Ley de Educación del Estado; él: que, por supuesto, es de rango superior a las autonómicas y de obligado cumplimiento.
Y así demuestran comprender el misterio de la “santísima trinidad” del trilingüismo  asentado sobre el humus de la lengua natural del discente, acreditando esa competencia.

                ¿LA PRUEBA DEL NUEVE O LA CUENTA DE LA VIEJA?

    “En el semblante del policía mayor había desaparecido el antiguo orden, toda campechanería y laissez-faire, y miraba la entrada […] El bisoño acompañante, cansado de esa exhibición de estupor, decidió recuperar con tacto al veterano policía que el pelele había sido hasta un momento antes.”
                               Francisco Casavella, El día del Watusi [p. 100]

      “—¿Qué hora tienes?
       —La una en punto, las dos colgando y que le den por el culo al que está preguntando.”
                                          (Retahíla popular castellana)

   “[…] y el bofetón mayor, los bofetones menores  y la patada concluyente como un silogismo de lenguaje corporal.”
                               Francisco Casavella, El día del Watusi [p. 208]
     
   Preguntaron al mentecato becario PaTato Campuzote por su interpretación y el gañán mostrenco, orgulloso, sobrado y engreído, y tan convencido además, replicó sin recato:
   —Empezó ya amenazando al “hacerme una peineta”, en plan “que me dieran por saco” y yo, que a estos espabilaos ya me los conozco de sobra de los tribunales de la OPE, le respondí que yo le arrancaría, delante del respetable, todo el paquete “para que dejara de tocarme los cojones” [sic…]: con un dedo, la polla y con los otros dos dedos, los huevos […transit…]. Entonces el bocas, acojonao perdido, y con la boca pequeña: “que me iba a meter una hostia que me iba a enterar para toda mi puta vida” […gloria…]. Fue entonces cuando levanté el puño, símbolo de los excluidos, los indocumentados y los marginados de la Educación —que no necesitamos que nos examinen para aprobar nuestro trabajo, sin OPEs, ni pruebas externas ni inspecciones— y le di a entender que le iba a machacar la cabeza por clasista, elitista, crí(p)tico, erudito, redicho, despectivo, sarcástico, facha, por creerse superior a nosotros y  ser un listillo y un enterao […mundi]. Y cuando vio que conmigo, que hablo bien claro y no enrollándome retóricamente como él,  no tenía nada que hacer en aquel debate, donde las cosas quieren decir lo que dicen y no hay más que discutir,  ni mucho menos que entender —“y punto pelota”—, se dejó de semiotiquerías, exégesis, dialogismos, análisis, hermenéuticas y todas esas gilipolleces porque vio que tenía la batalla perdida.  
   Y así fue como cualquier hablante de la lengua común con titulación universitaria —habiendo cursado Lengua de COU o de 2º de Bachillerato— quedó capacitado como alfabetizador para impartir la lengua estatal en los virreinatos de la Antigua España.  
   Y colorín colorado, no sé si este cuento de verdad se ha terminado.... ¿Continuará…? 


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